Se acaba de pronunciar el Tribunal Constitucional, por 8 votos contra 3, a favor de considerar matrimonio a las cuadrillas homosexuales que el gobierno terrorista del GAL (Gobierno Asesino y Liberticida), que nombró a la mayoría de los magistrados sentenciadores, equiparó al matrimonio en una ley.
La sentencia evidencia la tenebrosa simbiosis entre la mafia rosa (indisociable de la mafia negra polanquista y de la mafia roja terrorista-sindical) y el estado laico democrático que, por ese motivo, vengo llamando gaycracia. Forman un conglomerado de extorsión que está aboliendo cualquier discriminación que detectan y no distinguen lo blanco de lo negro, lo verde de lo amarillo, todo es rosa.
Pero la decisión legal es constitucional, de la misma manera que lo sería equiparar una mierda a un pastel; al fin y al cabo la primera suele ser el resultado de la evolución orgánica del segundo al ser digerido y los productos químicos que los componen no son muy diferentes de manera que, en una democracia igualitaria, no tiene sentido darles un tratamiento legal discriminatorio. No se discute que la constitución que se impuso a España estableciera una democracia igualitaria ciega a las diferencias, salvo que sean a favor de Cataluña en cuyo caso puede ser asimétrica, y el carácter democrático de la decisión del tribunal es incuestionable.
Indudablemente la sentencia es producto de la evolución y produce una mutación en la bimilenaria tradición de la familia occidental; permite que el poder mafioso se apropie del significado de una palabra especial y la reparta, la democratice, a la par que, con el sistema tributario constitucional progresista, se apropia del trabajo honrado de las personas y lo reparte subvencionando a los colectivos extorsionadores del oscuro entramado negro-rojo-rosa cuya agresividad permite, al poder oculto tiránico, detentar el control social que sostiene la democracia impidiendo a los seres humanos ser personas.
El principal problema que se presenta es que la equiparación no evitará el asco de las personas por aquello que, en la servilmente depravada mente de los magistrados progres, se asimila a los pasteles. La repugnancia por el estiércol se ha ido atenuando al haber ido convirtiendo constitucionalmente a España en una pocilga pero no acaba de ser agradable para quienes, de algún modo, se lavan cuando se ensucian y no se tragan los productos de la evolución orgánica de los procesos digestivos de la democracia.
La cuestión que se plantea a quienes quieren seguir comiendo pasteles, sin mezclar con lo que el tribunal constitucional y la ley democrática les equipara, es diferenciar socialmente sus familias y sus alimentos para distanciarse, lo más posible, tanto del tribunal como de los productos equiparados para que se los coma el propio tribunal en el festín en que celebre los pasos de la evolución y, si es posible, que se atragante con ellos o le dé una indigestión. Al poner tierra de por medio, social y culturalmente, deberían dejar sin soporte económico al despótico sistema depredador de la gaycracia para que siga su propia lógica esclavista pero sin manchar la vida de las comunidades humanas personales. De lo contrario van a acabar teniendo que comer aquello que el tribunal constitucional dice que es igual que los pasteles.