Acaba de salir el último informe de la poderosa organización HRW (Human Rights Watch) sobre la violación de los derechos humanos en diversos países y, según cabía esperar, ha tenido una amplia repercusión mediática en todo el mundo acomodado, extremadamente sensible al sufrimiento. Se trata de una organización muy influyente, no escatima medios y denuncia violaciones de los derechos humanos en muchos países lo que produce un impacto mediático casi tan fuerte como la investigación de los crímenes por las televisiones.
No me sorprende la información sobre la abundancia de injusticia en el mundo ni que una parte de ella provenga de la acción de estados que se llaman democráticos y que quizá realmente lo sean. No creo que la injusticia deba ser silenciada de ningún modo y menos aún quedar impune, cualquiera puede denunciarla y es benéfico hacerlo. Pero si me llama la atención este tipo de denuncias donde sólo es contraria a los derechos humanos el tipo de injusticia que no interesa al poder mundial que se mantenga estructuralmente y que, en cambio, silencia otras formas más crueles de manera un tanto selectiva y sospechosa.
Por lo que respecta a España menciona, a modo de buena noticia, que “el violento grupo separatista” ETA renuncia a la “lucha armada”, sin especificar el tipo de violencia que ha ejercido el grupo en esa acción terrorista legitimada por el “derecho humano” de autodeterminación de los pueblos de cuyas iniquidades no se hacen responsables. Igualmente acoge las acusaciones del uso excesivo de la fuerza en la protesta ¿pacífica? contra la visita del Papa, en sintonía con los indignados que, desde su perspectiva, parecen reflejar el estado mental dominante en la península ibérica asolada por la ideología socialista y sin resortes morales ni culturales que sustenten la economía. También cuestiona la lucha del gobierno de México contra el narcotráfico y, aunque ha sido rechazado por el gobierno mexicano, no cabe duda que legitimará y beneficiará a los narcotraficantes; ya es lamentable que el gobierno de un país importante tenga que dar cuentas a este tipo de organizaciones de cómo combate el crimen organizado. Apoyan la primavera árabe sin ver el otoño europeo quizá anunciado ya en unos derechos humanos que caducan y a los que no se ha exigido fundamento.
En todo caso, lo más sorprendente es que estas organizaciones se constituyen en jueces mundiales, por encima de cualquier autoridad jurídica institucionalizada, con una simple ideología de los derechos humanos, sin necesidad de explicar en qué consisten ni definir el derecho o la justicia, lo que, para algunas personas, podría hacerlo indiscernible de sus propios intereses. Con esa ideología juzgan a los estados sin acreditar poseer ellos mismos la legitimación democrática que exigen a los gobiernos; no consta que se hayan sometido a elecciones ni que tengan ningún tipo de representación aparte de la inoficiosa de tenebrosos e innombrables “capitalistas” que las financian e impulsan la ideología de género a nivel mundial a través de ellas. Juzgan sin pasar la “oposición” de los jueces profesionales, sin acreditar una especial cualificación ni un adecuado grado académico, con el apoyo de un simple activismo.
Quizá todo ello sea consecuencia del aprovechamiento de la ignorancia humana que posibilitan unos derechos humanos que todo el mundo considera muy importantes sin poder precisar en qué consisten, algo similar al karma. La duda de que puedan ser usados como una simple palanca para el chantaje y la extorsión de algunos gobiernos o instituciones a la par que una fuente importante de negocio para el dueño de estas organizaciones o una especie de tranquilizante de la conciencia de quienes no estiman a la justicia como virtud personal, no se disipa del todo con estas denuncias; su presunta benevolencia contrasta con la supuesta maldad con que los mercados tratan a los gobiernos cuando les prestan dinero para políticas sociales.
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