El resultado de las pasadas elecciones locales y autonómicas ha sido un motivo de satisfacción porque, por encima de la patente necesidad de cambio político, ha mostrado la reacción de la población española a seguir por la acusada pendiente por la que íbamos siendo empujados por el socialismo y que directamente conducía a la ruina económica y moral, que nos había situado en un punto de degradación poco menos que irreversible.
Por un lado, ha desautorizado la bellaca algarabía de los comunistas cabreados de la Puerta del Sol que, negando representatividad a los políticos electos, pretendían “democratizar” España por su cuenta, al margen de las elecciones, con la alucinógena fantasía de quien sólo tiene que hacer eslóganes y llamar la atención, lo cual no tendría ninguna importancia de no haber puesto a España al nivel de países norteafricanos en los medios de comunicación internacionales. Han hecho el ridículo más estrepitoso; de hecho ni siquiera se han atrevido a proclamar una república democrática como la de Campuchea o la que, en circunstancias similares, declararon sus abuelos con métodos subversivos que ahora pretenden hacer pasar por pacifistas y democratizadores.
Es, además, ocasión para iniciar no sólo una necesaria recuperación económica, también una efectiva regeneración social, de la que la economía no puede estar separada. Ambas están asociadas al abandono de las nefastas políticas socialistas de la compra de votos con distracciones narcóticas del guirigay televisivo con el único objetivo de mantener en el poder a su casta parasitaria. Están igualmente conectadas a prescindir de la planificación social mediante las políticas del socialismo invasivas de todos los aspectos de la vida personal, familiar y comunitaria, bajo el espejismo de una igualdad radical que se nos impone monocromática para un mundo que es multicolor y que el igualitarismo nos impide percibir. Van finalmente unidas a la sustitución de la verborrea insultante, ineficiente en todo lo que no sea manipulación, por una argumentación serena.
Creo que esa regeneración implica una promoción cultural y económica asociada a la institucionalización de formas de protección social más vinculadas al trabajo honrado, a la educación de excelencia, a la iniciativa empresarial, a la actividad científica y artística genuinas, en detrimento del complejo mecanismo de extorsión sindical y del entramado parasitario de colectivos genéricos que lastran la economía española y menoscaban su potencialidad creativa. A este respecto sería deseable que se desarrollaran valientemente algunas iniciativas protectoras de los grupos humanos vulnerables ante la presión relativista del socialismo que disuelve lo personal para hacer individuos genéricos, adaptables a sus intereses cambiantes y denigrantes.