Paseando el 19 de mayo pasado por la Plaza Mayor de Madrid me encontré con un grupo de escasamente cien sujetos que estaban promoviendo un homenaje a un sicario de la checa al que, en sus alucinaciones, llaman juez. El siniestro personaje es sospechoso de triple prevaricación. Está acusado, resumidamente, de haber cometido delitos espiando ilegalmente las conversaciones de abogados con sus clientes en la cárcel, algo que sólo está permitido en casos de terrorismo; iniciando la investigación de crímenes imaginarios de personas fallecidas cuando previamente se había negado a investigar el genocidio de miles de personas cometidos por forajidos aún vivos; de dar cursos en universidades extranjeras pagados por banqueros procesados a los que debería investigar en su juzgado.
Contaba con el apoyo de los sindicatos de clase bolcheviques, partidos marginales de extrema izquierda y algunos titiriteros oficiales de esos pagados por el presupuesto público precisamente para que hagan de comparsa apoyando, con su fama cutre y artificial, en este tipo de actos que, de otro modo, sólo estarían concurridos por cuatro paisanos anónimos, sin personalidad y todos iguales por ser socialistas radicales, indiferenciados por carecer de personalidad. Curiosamente no les importa ser cómplices de los gravísimos delitos de que se acusa a ese siniestro personaje, sospechoso de triple prevaricación. Intervino uno de cada una de las organizaciones convocantes, que, a su vez eran el público de los demás y la información de la extrema izquierda lo presentó como un acto multitudinario, en especial el panfleto privado que, mintiendo sobre su condición, se considera periódico y se califica de público sin que ese fraude sea intelectualmente capaz de ser detectado por sus lectores, también paisanos.
Presidía el evento una bandera anticonstitucional, estandarte de esa república stalinista, tan progresista como la república democrática alemana que construyó el muro de Berlín, en la que se sacaba a personas de su casa y aparecían tirados en las cunetas, mostrándonos el tipo de energúmenos que apoyaban el acto. El estandarte representa al régimen terrorista en el que el respeto a las leyes y los procedimientos era igual que el que siguen estos herederos del entierro en cal viva y el tiro en la nuca. Demuestran con eso que no tienen ningún respeto a la Justicia a la que ni siquiera conocen; están acostumbrados a juzgar y ejecutar lo juzgado por su cuenta, al margen de procedimientos, sin abogados, sin garantías, sin procedimientos, igual que en esa república bajo cuya evocación se congregaban y cuya memoria acentúa su animal furia destructiva o el caso de los socialistas de la ETA o sus primos del GAL.
Ahora denuncia en Estrasburgo, antes de agotar los recursos jurídicos internos, la violación de sus derechos humanos, sin concretar cuáles, y dice que es para defender –él sólo- la independencia de todos los jueces españoles, sin que éstos se lo hayan pedido. No es extraño porque el personaje en cuestión, usurpando el papel de juez, en lo que era un caso patente de prevaricación, fue comprado para ser el número dos de la “X” del GAL, a la que se vendió sin cortapisas, y ejemplifica lo que pueden entender por independencia judicial él y quienes le apoyan.
Según informan los mafiosos grupos de comunicación que le han utilizado de amuleto para hacer negocio, cuenta con el apoyo de jueces (deberían igualmente decir chequistas infiltrados entre los jueces) de todo el mundo que, con sus pueriles opiniones, presionan burdamente y absuelven sin ley, sin citar un sólo argumento jurídico y sin siquiera precisar eso que nadie que lo menciona sabe explicar bien en qué consiste al margen de los intereses de los amos de toda esta caterva de secuaces: los derechos humanos.